En casa esperan una mujer, cuatro niños, un perro chihuahua y un pequeño jardín.
-¡Papá!, gritan al unísono cada vez que aparece en la puerta ¿qué nos trajiste? Suficiente con un caramelo o unas galletas compradas a la salida de la estación donde bullen vendedores de toda clase voceando la más amplia variedad de golosinas.
Aquel atardecer la línea 1 del Metro había sido tomada por activistas y tendrían que esperar unos minutos, tal vez horas, nada se sabe. Los altavoces indican cada cierto tiempo llamando a la paciencia, que ya se arreglará la falla. Los pasajeros pierden la parsimonia habitual rompen el silencio, primero en voz baja, luego en un tono más alto, alguien escucha la radio en su celular y les trasmite las noticias. Unos muchachos han atentado contra un negocio contiguo al Metro, hay muertos.
La incertidumbre castiga los cuerpos, la mente, los pensamientos se atropellan, los nervios empiezan a surgir en actitudes peligrosas, alguien llora, otro se tira el cabello, todos se agitan, se mueven dentro del mínimo espacio.
Cuando llega a casa –casi a medianoche- los niños se habían dormido, la esposa le sirve una sopa caliente, la televisión multiplica la noticia, el bombazo en una de las estaciones ha dejado dos muertos y ocho lesionados. Se sienta a tomar la sopa y por primera vez en sus 29 años siente que la vida es frágil, inclina la cabeza y da gracias a Dios.
Inestabilidad social.
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Somos tan solo sombras que se mueven
y todo nuestro ajetreo diario termina en la nada.
Amontonamos riquezas sin saber quién las gastará.
Entonces, Señor,
y todo nuestro ajetreo diario termina en la nada.
Amontonamos riquezas sin saber quién las gastará.
Entonces, Señor,
¿dónde pongo mi esperanza?
Mi única esperanza está en ti.
Salmos 39:6-7 (NTV)
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Fotografía del Metro Santiago-Chile, de fondo la Cordillera de los Andes.