Mi tercera Biblioteca era un caos. Iba agrandándose de
tal manera que apenas podía entrar al dormitorio, repisas llenas sin
clasificar, libros por todos lados.
Cierto día enfermé,
esas gripes insufribles donde duelen hasta las uñas. Larga convalecencia
sin abrir una página, ni escribir una letra, un verdadero suplicio.
Meditando en mi egoísta
acaparamiento, tomé la decisión de regalar algunos ejemplares. Difícil
decisión, todo libro tiene una historia que contar. Pero si había alguno que no era leído en dos
años, ¡adelante!, se va.
Pero sucedió algo curioso, me empezaron a llegar libros digitales.
Una amiga me regaló varias biblias, algunos comentarios. En el Seminario
Teológico un profe nos pasó su pendrive personal, ordenado, clasificado, una
maravilla. Tal vez ni me alcance la vida
para leerlos todos.
Así cada cierto tiempo dejo una revista y un libro en la
reja de mi jardín, a los pocos minutos desaparece.
Un obsequio al transeúnte.
Aprender a perder voluntariamente no es un ejercicio
fácil.
Ahí estoy, intentando.
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“Mientras llego,
ocúpate en la lectura,
la exhortación
y la enseñanza.”
1
Timoteo 4:13
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