Un barullo.
Como el aleteo de muchas alas, como el caer de las hojas en un día de otoño, como el ruido insistente de las olas, las voces se confunden en una para formar un sonido uniforme.
La espera es larga antes de ingresar a la Penitenciaría y conversar es un ejercicio que se practica sin culpas o superioridad-inferioridad. Todas las personas tienen una historia interesante para contar, todas oímos con respeto.
Códigos. Todo tiene un código silencioso que no se transgrede. Si una va por primera vez, debe mirar y aprender. Escuchar para no "meter la pata" (dicho en Chile). O sea, no equivocarse porque puede pasar un mal rato.
Códigos de confianza al que debes someterte. Nadie puede ingresar al recinto carcelario con llaves. ¿Qué hago con las llaves del auto? -pregunto-. Debes dejarla en custodia. Y ¿dónde está la custodia? Pues, ahí, en la calle. Mira, ese furgón donde hay mochilas y bolsos, es una custodia. Allá donde venden café hay otra. Y esa señora que juega sudoku debajo de un toldo también se dedica a cuidar cosas.
Vaya.
Pero, pero...¿cómo voy a dejarle mis pertenencias a un desconocido?
Confianza.
Códigos de confianza que nadie rompe.
Códigos indestructibles que mantienen un sistema de protección a los visitantes.
En fin, acepto. Tomo las llaves y las dejo en manos de una mujer la que las coloca en una bolsa plástica, le pone mi nombre y sonríe. Vaya tranquila, me dice,como si supiera de esa leve indecisión que me perturba.
Solidaridad, confianza, comprensión.
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El Señor Dios escucha a los necesitados
y no desprecia
el sufrimiento de los que están presos.
Salmos 69:33
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