lunes, 23 de mayo de 2016

Felicidad, observaciones y digresiones.


La felicidad tiene cierta presunción.
Cierto aire de superioridad.
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Tiene un halo de aquello inalcanzable, como pretender que se enamore de una el príncipe de Brunei, esa utopía adolescente de la pretty woman popularizada por Hollywood.
Mi madre -por cierto, una buena mujer-, soñaba para su hija un marido que "por lo menos tenga casa propia", y me lo repetía sin ambiguedades. Grande fue su desencanto, no sé si volvió a tener otros sueños.
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O la máxima exultación, ganar un premio y convertirnos en multimillonarios para renunciar a todo trabajo y vivir en algún paraíso...fiscal en lo posible, tendidos en las arenas tibias de playas cristalinas.
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La felicidad tiene una proporción de soledad.
A veces hasta una dosis de indiferencia.
Compartir momentos de felicidad genera envidia (ella me dijo en un arranque de sinceridad: "estoy enojada porque siempre la veo a usted tan  feliz, como si en su vida no hubiera problemas. En cambio la mía va de miseria en miseria."
Me dio tanta pena, ella no sabía el secreto, tengo un Padre que me ama y su gracia me ayuda siempre).
Tal vez por eso nadie se atreve a declarar “soy feliz”.
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La felicidad es una paradoja. Se es feliz y no se es feliz.
El que la vive casi nunca se da cuenta, cierto, hasta que no la tiene.
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La felicidad es una búsqueda más que un estado permanente.
Se aprende a ser feliz en la renuncia.
Se aprende a ser feliz en las pérdidas.
Se aprende a ser feliz en momentos pequeños, comprar pan recién horneado, oler la calle florida, sonreírle al que barre nuestra vereda, colaborar reciclando botellas, actos mínimos.
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Felicidad es tomar agradecidos una sopa de verduras en tiempos de "vacas flacas".
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Desdichados los que no se deleitan en su fe.
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Dichoso el que halla sabiduría,
    el que adquiere inteligencia.
  Porque ella es de más provecho que la plata
    y rinde más ganancias que el oro.
  Es más valiosa que las piedras preciosas:
    ¡ni lo más deseable se le puede comparar!
    ¡dichosos los que la retienen!

Proverbios 10:13-18 (NBD) 

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4 comentarios:

Fernando dijo...

Qué post tan profundo, Ojo Humano.

Siento que tu madre no viera cumplido su sueño. La vida nunca es como la planeamos. Sin duda, lo que ella quería para ti es que estuvieras protegida y no tuvieras los apuros económicos que tuvo su generación. Supongo que eso lo habrás logrado aunque no tengas un marido con casa en propiedad, así que ella puede estar satisfecha.

Conforme con lo de la soledad. Es duro decirlo pero creo firmemente esto: nuestra felicidad no puede depender de los demás, sólo de Dios y de uno mismo. Si los demás están ahí en nuestra felicidad, mejor, pero ellos no pueden condicionar que seamos felices. Eso no debe ser así. Y siento que la señora te tuviera envidia: no conocía tu gran secreto, o lo conocía y no era consciente.

Es verdad que no siempre somos conscientes de ser felices. Quizá pasa eso porque tenemos una imagen eufórica de la felicidad, como el que va a una fiesta en un palacio. Pero la felicidad es lo que tú dices: un cielo azul, una sopa de verduras bien hecha, una iglesia en silencio, un sueño sin dolores. Y sí, cuando se pierden estas pequeñas cosas es cuando uno comprende lo importantes que era.

Conforme con lo de la renuncia. Es una pena que se haya perdido esta idea en nuestras sociedades. Felicidad no es hacer lo que me apetece sino lo que me conviene: ambas cosas no siempre coinciden. Y aceptando las pérdidas, por supuesto.

Susana dijo...

Hay que aprender s ser feliz. Un beso.

ojo humano dijo...

Fernando:
Oooh!, gracias por tu comentario. Has escrito tanto o más que un post. Viniendo de una persona lectora como tú me siento muy honrada. Dios te anime y dé felicidad en Su Presencia.

ojo humano dijo...

Susana, es verdad, se aprende a ser feliz y se aprecia la vida desde otras perspectiva. Gracias.
Dios te ayude en todo lo que emprendas o dejes de hacer.