En los últimos suspiros del verano me atrevo a viajar al Norte de Chile.
Kilómetros de tierras áridas.
Solas.
Pienso en los miles que no tienen dónde vivir. No me explico la razón de tanta tierra deshabitada.
El mar bordea gran parte de la ruta, el sol hace maravillas con su variedad de colores mientras el bus avanza.
Todos miramos hipnotizados -sin oponer resistencia- a la amplia gama de colores que nos inundan.
Cada vez que viajo hacia el Norte recuerdo don Diego de Almagro, caminando kilómetro a kilómetro por este desierto, sin la comodidad de hoy, llevando a cuestas pertrechos y esperanzas, acompañado de unos cuantos españoles y la ambición de encontrar oro de buena ley.
Mal le fue al Adelantado.
No halló oro, fue traicionado y regresó por este mismo desierto, tal vez mirando los maravillosos atardeceres como yo hoy.
Pareciera que un paisaje esplendoroso no es suficiente para el ser humano.
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Dios ha plantado en los cielos
un pabellón para el sol.
5 un pabellón para el sol.
Y éste, como novio que sale de la cámara nupcial,
se apresta, cual atleta, a recorrer el camino.
6
Sale de un extremo de los cielos
y, en su recorrido, llega al otro extremo,
sin que nada se libre de su calor.
Salmos 19:4-6 (NVI)
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