Por un olvido imperdonable este rosal se ha quedado con sus hojas viejas y secas.
Exhibe sus ramas como si quisiera llamar la atención, y lo ha hecho sin gritar, como los seres humildes -el áloe, el romero,el olivo-,que viven en la periferia del jardín.
Le hablo con cariño y le prometo que esta semana le sacaré esas incómodas semillas y lo dejaremos liviano y resplandeciente para que tenga fuerzas nuevas.
Sus flores son de un delicado color y perfuma a su vecino, un laborioso maqui que tiende a abrumar con sus abrazos.
Mi amigo P. detestaba la poda, le gritaba a su padre que los árboles sufrían frente a un par de tijeras, que era un proceso cruel.
No veo de qué manera podríamos evitar el sufrimiento, el nuestro, el de los pichones que caen de los nidos, el muchacho que choca y queda en coma, la herida que te provoca el cuchillo cuando estás cocinando, la rosa que envejece y necesita limpieza, aunque le duela.
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De la tierra brotará la verdad,
y desde el cielo se asomará la justicia.
El Señor mismo nos dará bienestar,
y nuestra tierra rendirá su fruto.
Salmos 85:11-12
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