La comida antes deliciosa se le tornó insípida, la preocupación obstruye el paladar.
Qué decir del sueño, las cinco de la mañana escuchando el canto de las aves nocturnas, practicó todas las recetas, leche tibia, infusiones, hoja de naranjo, dormir no era prioridad. Solo recordar por milésima vez el camino recorrido entre la llenura y el vacío de sus manos.
Barrió por completo la casa, cambió de posición los muebles, hurgó en todos los bolsillos, trastornada, inquieta. Ni un sonido metálico que aliviara su fiebre.
Encontró cosas inverosímiles, papeles olvidados, cartas de su madre, regalos aún envueltos, fotografías de momentos felices, boletos recortados o timbrados.
Sentada en el piso volvió a viajar, revivió los rostros amados, la ansiedad cedió paso a una especie de felicidad, la de los recuerdos atesorados en recónditos espacios cerebrales.
Regresó a la joven que fue, amada y admirada.
Cuando llegó del largo viaje al pasado, las llaves habían perdido todo valor.
Llamaré al cerrajero, pensó, y esa noche durmió como decimos en Chile “a pierna suelta”.
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Hay una temporada para todo,
un tiempo para cada actividad bajo el cielo…
Un tiempo para buscar
y un tiempo para dejar de buscar.
Eclesiastés 3: 1 y 6
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Ilustración gracias a:
http://www.saroltaban.com/
2 comentarios:
Bonita historia. Un beso.
Gracias, Susana. La verdad es que es bien estresante perder las llaves.
Que tengas un buen verano, felices vacaciones.
Un abrazo.
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