Aquellas mujeres estaban decididas a convertir al pastor de su iglesia en una especie de leyenda. Mucha alabanza a sus hechos pasados, declaraciones varias acerca de sus virtudes, constantes agasajos en su honor, elementos nada despreciables para cualquier ser humano. Casi un arrullo para el ego.
Cada una enarbolaba distinta bandera y la alzaba en tardes de desilusión, en esas tardes cuando divagas acerca del pasado glorioso, más mítico que real.
No sé si los hechos sucedieron como ellas los describían o la febril imaginación estaba jugando con sus vidas, haciéndolas caminar al borde de un sendero extraño y peligroso.
Ninguna advertía el riesgo de una dependencia sombría y nefasta que puede infestar cualquier iglesia donde haya mujeres religiosas e insatisfechas.
¿Merece la gloria cualquier hombre santo, virtuoso o notable en su discurso?
Por unanimidad ustedes dirán que no, claro, no. Tal vez hasta digan que divago, ojalá así fuera, no me sentiría tan vulnerable.
¿Por qué sigue sucediendo? ¿Es el púlpito la plataforma ideal para lanzarse a las lides políticas? Dioses con pies de barro, humanos que fomentan el sometimiento, el Espíritu les resplandezca (o les reprenda, no sé).
No hay renuncia más dolorosa que cuando te crees con derechos. Derecho al honor. Derecho al amor. Derecho a ejercer autoridad. Derecho al elogio. Derecho a la recompensa.
Los seres humanos de cualquier índole o estrato social somos expertos en levantar ídolos y con el tiempo adorarlos o pisotearlos para levantar otros nuevos o remasterizar los antiguos.
Los evangélicos solemos asombrarnos de los paganos cuando el peligro está latente, tocando a nuestra puerta.
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Así dice el SEÑOR:
Maldito el hombre que en el hombre confía,
y hace de la carne su fortaleza,
y del SEÑOR se aparta su corazón.
Será como arbusto en el yermo
y no verá el bien cuando venga;
habitará en pedregales en el desierto,
tierra salada y sin habitantes.
Bendito es el hombre que confía en el SEÑOR,
cuya confianza es el SEÑOR.
Será como árbol plantado junto al agua,
que extiende sus raíces junto a la corriente;
no temerá cuando venga el calor,
y sus hojas estarán verdes;
en año de sequía no se angustiará
ni cesará de dar fruto.
Más engañoso que todo, es el corazón,
y sin remedio;
¿quién lo comprenderá?
Libro de Jeremías Cap. 17:5-9 (B. L. A)
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