La elecciones en Chile son siempre un acontecimiento que rompe la rutina.
Y casi siempre se juega la vida (eso quieren que creamos), el futuro aun más allá de nuestros nietos.
Cada persona siente que contribuye a la democracia y al bien común, tenga la preferencia que tenga. Pero eso de que seremos trascendentalmente otros es un discurso que dudo sea posible, viable o real.
La hora elegida para votar es esencial para no tener engorrosas esperas o tumultos impacientes. Después del almuerzo y antes de la once. Ese lapsus de tiempo donde la mayoría reposa el almuerzo, bebe un café o toma una siesta.
Inicio el periplo con la amable atención de una joven que me ofrece alcohol gel para las manos y un muchacho que me indica la ubicación exacta de mi mesa.
Me siento como en la tele, cámaras de tv por todo el lugar. Afortunadamente nadie se acerca a entrevistarme, respiro aliviada.
Demoro unos minutos en doblar la enorme papeleta llena de nombres y así las otras tres. Con parsimonia ingreso los papeles -meticulosamente sellados- a las urnas (este año de plástico transparente), regreso, me despide en la puerta un militar que con un gesto de cabeza me desea buena tarde.
Todo el acto es ceremonial y cuidado.
Votar me da un poco de esperanza, aunque no dure demasiado.
Y como dicen los comentaristas de fútbol: "que gane el más mejor".
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Procuren la paz de la ciudad ...
Rueguen al Señor por ella,
porque si ella tiene paz,
también tendrán paz ustedes.”
Jeremías 29:7
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2 comentarios:
Esperemos que sea lo mejor para todos. Un beso
Esa es la esperanza que no muere.
También te deseo lo mejor, Susana.
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