Hoy fui a comprar unos regalos y tuve una pena, penita, pena.
Me bajé del vehículo y caminé, había una Iglesia abierta, me alegré mucho porque venía llegando gente muy contenta. Entré para solicitar permiso de usar el baño, el frío de la tarde y mucho café me alentaban a esa necesidad básica e ineludible.
En la puerta había una chica con un uniforme blanco y me recibe muy afablemente.
Le hago la solicitud, me dice que los baños están en reparaciones.
¿Una Iglesia donde tienen una reunión pública sin baños?
Me pareció inusual.
Me fui, pedí permiso en otro lado, ningún problema, mi pobre vejiga ya gritaba auxilio.
Cuando regresé para ir al estacionamiento volví a pasar por la puerta de la Iglesia y había un joven -también vestido de blanco-, en la entrada.
Como soy demasiado curiosa le pregunto si no tienen baños, me coloca cara de interrogante y me afirma que sí, que los hay.
Que la joven se negara a hacer un favor me causó una breve molestia, pero más me apenó que mintiera por algo tan baladí.
Triste.
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Dará vida eterna a los que
siguen haciendo el bien,
pues de esa manera demuestran que buscan la gloria,
el
honor y la inmortalidad que Dios ofrece;
Romanos 2:7
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(Fotografía de Santiago, Chile, tomada de la web)
2 comentarios:
Estuco mal eso. Un beso
Así es, Susana.
Un abrazo con mis mejores deseos por un excelente verano
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