lunes, 30 de enero de 2017

Perplejidad.

Cepillaba su largo cabello de muchacha evangélica frente al espejo.
-¿Supiste que Luis Alberto se va a casar?-,  preguntó la madre.
Ella había practicado eso de  “la máscara de hierro” frente a su madre, no quería darle motivo para que la criticara.
-No, no tenía idea, respondió con indiferencia.
-Lo raro de todo –siguió la madre-, es que se casa con una chica que tiene tu nombre.
Como si estuviera jugando al “1-2-3 momia es” quedó perpleja. 
Suspendida en el aire.
Cepilló el cabello con tranquilidad, se vistió con su mejor ropa y salió hacia la iglesia. Por el camino el maquillaje le dejó la cara hecha un adefesio, lloró las 20 cuadras, cuando llegó a la puerta de la capilla sintió vergüenza de su facha, buscó una plaza cerca y se sentó a pensar. Una pérdida es siempre dolorosa, más aún si pierdes el que amas.

La perplejidad puede convertirse en un síndrome permanente del cual cuesta sanarse.
Pasarían varios años, muchas canciones se compusieron, la muerte se llevó algunos de sus amigos, la lluvia vino y se fue durante varios inviernos, los veranos se sucedieron con armonía, la corriente de los ríos luchaba contra los salmones, la Biblia dejó de ser un libro hermético y la oración se hizo un hábito. 
Un día –casi sin darse cuenta- la perplejidad la abandonó, fue como sacarse un vestido sucio y ajado, salió a la calle y supo que sería por siempre feliz.


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Queridos, 
no os asombre como algo inesperado 
la tremenda prueba desatada contra vosotros. 
Alegraos, más bien, 
de compartir los sufrimientos de Cristo, 
para que el día de su gloriosa manifestación 
también vosotros saltéis de júbilo.

1 Pedro 4:12-13

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Escribo estas palabras mientras los bosques de Chile arden, mientras amigos sufren pérdidas innombrables, mientras alguien llora por sus hijos en la noche profunda.
Más allá de los aportes materiales y las palabras de ánimo, mis oraciones te acompañan, sé que Dios dará la mejor solución para tu vida. 



4 comentarios:

Susana dijo...

Es terrible lo de los incendios. Un beso.

ojo humano dijo...

Así es, Susana. Una tragedia que esperamos en Dios termine pronto.

Fernando dijo...

Es una historia muy triste, Ojo Humano. El abandono de un amor cuando uno es joven es una de las cosas más tristes que te pueden pasar: más aún si el otro se casa con alguien con tu nombre. De mayor uno se vuelve más cínico, más frío, si le deja su pareja lo pasa mal pero no tanto como en la juventud.

Me alegro de que Dios ayudara a la muchacha a aceptar su suerte.

Siento el párrafo final. Espero que Dios ayude a todos a superar la prueba.

ojo humano dijo...

Bueno, Fernando, esas son las cosas de desencuentros. Dios es bueno con sus hijos (as) y les de nuevas posibilidades. La muchacha de la historia tuvo un final feliz.