Quería escribir sobre las fiestas dieciocheras que tienen a todo el mundo (chileno) alterado, pero no pude.
Se me atravesó en la mirada una muchacha invidente.
Me siento frívola después de verla caminar titubeante en la fila del Banco, guiada por un hombre de edad mediana que le habla al oído con cariño.
Al salir ha tropezado con la pierna de uno que espera, pide disculpas y sigue tomada del brazo de su acompañante.
Sortea airosa las escalinatas, lenta y cuidadosa (¡Dios!, se ve tan frágil). Si no anduviera acompañada, el camino sería una verdadera tragedia. Ese camino que yo hago sin preocupaciones mayores, casi con indiferencia, para ella es toda una aventura.
Aunque la ciudad ha progresado colocando bajadas en las esquinas y ha pavimentado veredas, los que carecen de sus ojos apenas pueden salir, a menos que sea en compañía de alguien.
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No coloquen tropiezos en el camino del ciego;
demuestren que respetan a Dios,
porque yo soy el SEÑOR.
Levítico 19:14
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3 comentarios:
Hay gente que nos ayuda a ver lo que ya no vemos. Un beso.
Así es, Ojo Humano. La ciudad sigue siendo cruel con los ciegos, los inválidos o los que van en silla de ruedas. Quizá todo fuera más fácil si los demás les ayudáramos, pero muchas veces fingimos no verles y pasamos de largo. Nosotros somos ciegos de corazón.
Susana, es verdad. Es para dar gracias a Dios que podamos ver.
Fernando: Está en nosotros la bondad, solo hay que aplicarla, con la gracia de Dios y Su amor en nosotros.
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