Muchos emigran a veranear.
Yo siembro, aporco, limpio, riego.
Entre las regalos que brotan exuberantes –la tierra y el agua son una dupla maravillosa-, una mata de stevia levanta sus hojas al aire con derroche. La gracia de la stevia es su extrema dulzura que la habilita para agregarla al té, café o mate, sin aporte calórico, aunque un amigo sostiene que el cuerpo humano no necesita adiciones de azúcar o sal que solo originan daños en el sistema (según él).
Si una contribución podemos heredar al mundo cuando salgamos de él será lo que quede establecido en la tierra, como lo dijo doña Gabriela : “donde haya que plantar un árbol, plántalo tú”.
Tal vez este es un verano histórico. La cosecha ha sido abundante, hemos compartido el sabor de los duraznos, la sombra de la parra, el color de los hibiscos, la invasión del zapallo que trepa hasta el sitio vecino, la belleza de la buganvilla, el perfume de las albahacas, el beneficio del aloe, la diversidad de los cactus, la amarga propiedad de las olivas, los granos de maqui, la novedad de los melones que se arrastran apoderándose del espacio.
Sí, definitivamente, la huerta es una fuente de alegría. Parece que este año la playa se quedará esperándonos.
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No importa quién planta o quién riega;
lo importante es que Dios hace crecer la semilla.
El que planta y el que riega
trabajan en conjunto con el mismo propósito.
Y cada uno será recompensado por su propio arduo trabajo.
1 Corintios 3:7-8 (NTV)
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2 comentarios:
Qué envidia, Ojo Humano.
Te comprendo bien. Si yo no viviera en la ciudad, si yo tuviera un pequeño huerto, también renunciaría contento a ir a la playa. Acércate, al menos, un día, tampoco hay que dejarlo pasar. Luego el invierno es muy largo.
(Estaré unos días fuera del blog: te leo a la vuelta)
Mi huerta es de ciudad así que necesita más cuidados.
La playa...mmm...por estos días hay mucha paz en nuestras calles.
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