¿Desde cuándo las personas confían en la ayuda de los poderosos?
¿Cuándo dejan de creer en ellos?
O ¿siempre esperan que un gobierno (sirve hasta un Leonardo Farkas) les arregle la vida?
Nuestras sociedades modernas se han infantilizado paulatinamente, pensando que “algún líder” los sacará de la crisis, que algún súper hombre solucionará los problemas de sus vidas.
Mucha película moderna o exceso de tv.
¿No sería mejor decidir qué rumbo vamos a tomar personalmente?
Mi santa madre sostenía un principio, “mijita, con el gobierno que haya, usted debe trabajar responsablemente, ahorrar y no pedir prestado”. En ocasiones he vivido al filo de ese principio y lo he lamentado. El mundo moderno está hecho para que seamos consumidores (consumidos) y lo he pagado con altos intereses.
Secularizados y escépticos, los ciudadanos vuelven sus ojos ilusionados hacia el gobierno de sus amores para que se haga cargo de sus deudas con bonos, “vale por” o derechamente un “perdonazo”.
Defensores, mecenas, príncipes azules, auspiciadores, ¿no sería más sabio elevar nuestros estándares y volverse al Creador que nos ama?
¡Vaya, cómo cuesta asumir la propia vida!
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“No pongan su confianza en los príncipes
(o
gobernantes),
ni en ningún mortal,porque
no pueden salvar.
(Salmos 146:3)
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