jueves, 6 de diciembre de 2012

Año Cero.

 
Como los condenados a muerte  vivió los últimos días archivando las imágenes del hábitat que lo cobijaba.
Tendría que abandonar el lugar santo.
Dejar la música del cielo.
El aire limpio, la belleza, la gloria, la pureza, todo eso le estaría privado desde el día cero.
El mundo preparaba un sistema articulado con maestría, las estrellas en plena conjunción, el país, las frutas que comería, el agua, la diversidad de rostros, los amigos, las finanzas, el árbol que daría su madera, las leyes…
Los ángeles músicos habían ensayado las canciones de bienvenida hasta ponerse morados.
María estaba en edad de concebir, José dispuesto a pedirla en matrimonio.
Huestes de ángeles guerreros se movían en los aires.
Momento perfecto.


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Aunque era Dios,
no consideró que el ser igual a Dios
fuera algo a lo cual aferrarse.
En cambio, renunció a sus privilegios divinos;
adoptó la humilde posición de un esclavo
y nació como un ser humano.
 

Filipenses 2:6-8
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