Más si está guardado en Panamá.
Más aún si tiene un alto valor monetario.
A mi madre le gustaba el dinero.
A todos nos gusta el dinero -¿cómo podríamos negarlo?- sin embargo a ella le gustaba más que el común de las personas. Aseguraba que el olor de los billetes nuevos le provocaba una rara alegría.
Tal vez porque vivió la crisis de la guerra mundial; tal vez porque pasó hambre y se juró a sí misma no volver a tener ese dolor que lastima las paredes invisibles del estómago.
He sido menos ambiciosa que ella, imagino porque no tenía demasiadas carencias, ella trabajó para tener siempre pan en nuestra mesa –menos o más, depende las épocas- y siempre hubo “algo” que ponerle dentro, aunque fuesen unos humildes recortes de queso fresco que costaban sustancialmente más baratos.
Almuerzo de amigos. Temas contingentes, los "papeles de Panamá" suscitan opiniones diversas, tantas como el número de comensales. Uno nos ilustra de qué se trata, otro comenta, “¿cuál es el problema? Siempre ha habido ricos y cada uno está en su derecho de hacer lo que quiera con su plata”. Y agrega, “no me complico si alguien quiere llevarse su dinero a mejores inversiones, porque nadie ha dicho que es ilegal eso de los “paraísos fiscales”.
Los papeles de Panamá nos revelan un mundo paralelo, un ámbito donde la ambición es natural y necesaria, un estatus incomprensible a los mortales que viven con un sueldo mínimo, que pagan luz, agua, arriendo, teléfono; que esperan algún bono de invierno y se atienden en el Consultorio Municipal.
¿Por qué escandaliza al mundo esta noticia?
¿Es ilegal colocar tu dinero en empresas offshore?
¿Cometen un delito los que invierten fuera de Chile?
¿Es intrínsecamente inmoral destinar el dinero a otros países para no tributar en el propio?
¿Acaso no existen hace una porrada de años los paraísos fiscales y son plenamente aceptados por la comunidad internacional?
¿Acaso desde tiempos inmemoriales no hay pobres muy pobres y ricos muy ricos?
Generaciones han nacido, vivido y muerto en la desigualdad. Eso no significa que sea deseable, buena y digna de una sociedad que se llama a sí misma moderna... a veces hasta cristiana (¿...?).
Dios me libre de la envidia hacia la riqueza de otros.
Dios me libre de la auto-flagelante conmiseración.
Dios me libre de la ambición que obnubila la razón.
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Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males.
Por
codiciarlo, algunos se han desviado de la fe
y se han causado muchísimos
sinsabores.
El apóstol Pablo en carta de 1 Timoteo 6:10
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