Junto con la brisa, casi tangible, vino el recuerdo de mi amiga S. que se fue para el Norte.
Las piernas y el pensamiento casi me derriban. “No volveré a verla y debo vivir con eso”.
Hace poco leí esta frase de Dietrich Bonhoeffer , “En primer lugar: no hay nada que pueda sustituir la ausencia de una persona querida, ni siquiera hemos de intentarlo; hemos de soportar sencillamente la separación y resistir.”
Exactamente fue eso.
Un pinchazo penetrante y doloroso. Una herida inesperada y alevosa.
Nadie nos enseña a perder. No sabemos enfrentar la ausencia, los avatares económicos, los duelos.
Tal vez por eso se nos prohibe llorar en público -o no es "bien visto"-, a menos que una sea muy discreta.
Pienso en la madre de aquel muchacho muerto.
Me invade el mismo pensamiento e idéntico dolor de aquella tarde de verano. Desfallecimiento, un cansancio extraño y permanente.
No lo veremos otra vez. Ella no volverá a verlo y deberá aprender a vivir esas tardes de ausencia.
Perder es el negro luto que no destiñe con el tiempo.
No oirá otra vez la voz llamándola ni el beso en cada despedida cuando salía al trabajo.
Ni los miles de momentos inigualables que comparten madre e hijo.
¿Cómo, mi Dios, aprendemos a vivir con las pérdidas, los fracasos, los duelos?
Me inclino y ruego por ella.
Solo la gracia y el poder de Dios pueden sostener un corazón desgarrado por la ausencia de una persona amada.
Y por el mío que jamás se resigna.
Cada tarde es como la primera. Todas las alegrías son traslapadas por los que no están.
No hay tiempo ni paliativo, solo resistir.
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Todo tiene un tiempo...
Tiempo de buscar
Tiempo de perder
Eclesiastés 3:6
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2 comentarios:
Bueno, Ojo Humano, resistir y no olvidar que la separación es temporal y que más pronto o más tarde todos volveremos a vernos en un lugar mejor.
Desde esa perspectiva siempre hay consuelo. Gracias, Fernando, a veces me quedo muy pegada a la tierra.
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