Veredas que reconocen el ritmo de mis pasos,
Una valla de madera derruida detiene los ladrones
(o el ángel que no duerme)
Un pequeño reino detrás de las puertas
Una luz cálida cuando llega el invierno.
Recreo los espacios
Froto los muebles como si de espejos se tratara
Conservo piedrecillas de playas felices
Macetas de plantas dormidas
Murmullo de aves en pleno vuelo
Arboles devastados por un machete desdichado
Una casa temporal
Ataviada para el visitante
El espacio que abandonaré
(Solo Dios sabe el día y la hora)
Otra heredará el silencio
El jardín, los tiestos decorados
Como yo heredé el olivo y la parra.
Podría rebelarme y llorar esa partida
Pero no, en la renuncia está el amor
En el amor el deleite
Ya todo se ha dicho, la fecha está por expirar
El último trecho del camino
Tiempo establecido para todo
Para que vuelva a resucitar en otras risas
En otros pasos jóvenes y nuevos
En otras huellas y otras voces
La casa florecerá en el tiempo
Si la libero de mí
Las luces brillan con más fuerza
La Palabra vuelve al poder original
El agua renueva su frescura
La tierra renace en el verde de las hojas
Los arboles se cubren de vigor
El hogar cumple su designio
Y el soplo vuelve a su único Creador.
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Me fijé que en esta vida la carrera no la ganan los más veloces, ni
ganan la batalla los más valientes; que tampoco los sabios tienen qué
comer, ni los inteligentes abundan en dinero, ni los instruidos gozan de
simpatía,
sino que a todos les llegan buenos y malos tiempos.
Eclesiastés: 9:11 (NVI)
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