¡Vaya! Fui criada por una madre alfa y no tuve la menor idea.
Si me hubiera dado cuenta antes no le habría dado tantos dolores de cabeza, aun cuando tuvimos una estupenda relación, solo fue después de pasar por los baches de la pubertad y superar las diferencias generacionales.
Mamá sí supo lo que es ser independiente, de pie en la vida, de cara a los problemas y resuelta a enfrentarse a la sociedad de su tiempo con una hija a cuestas –por cierto, sin padre-, y elegir la soltería para (me lo repitió algunas veces) “no darme un padrastro”.
Hubo una época en que me sentí comprometida con su elección.
Tú sabes, esa deuda moral, más difícil de cancelar que una bancaria y la que a veces te ata toda la vida.
Ella se encargó de quitarme cualquier peso de responsabilidad, “me gusta la libertad –me repetía-, gobernar mi dinero, disponer de mi tiempo y no dar cuentas más que a Dios de lo que hago o dejo de hacer, aparte que para las labores de casa tú sabes, soy nula”, y se reía con vivacidad.
He dado gracias a Dios muchas veces por el disfrute de la vida que tuvimos juntas.
Su amor suplió todas las carencias.
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... no desprecies a tu madre cuando sea anciana.
Adquiere la verdad y la sabiduría, la disciplina
y el discernimiento, ¡ no los vendas! …
¡Que se alegren tu padre y tu madre!
¡Que se regocije la que te dio la vida!
Proverbios 23:22-25
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