Hace algunos años los evangélicos eran de clase baja o media.
Nada de joyas costosas, ternos de diseñadores o camionetas de lujo.
Hoy él llega con su 4x4 rojo, se estaciona con prudencia, cuida su “joyita”, tanto o más que a su esposa, no se avergüenza de su éxito financiero.
Eso sí, diezma, ofrenda para misiones y de vez en cuando (sólo de vez en cuando) da vueltas la cabeza para mirar unas bonitas piernas.
El éxito que ha tocado –como Midas- al ciudadano medio chileno, paulatinamente se ha instalado en la iglesia.
Aparte de buenos vehículos, ropa estilosa, una segunda casa propia en la playa, educación universitaria (eso de “
la letra mata” es historia), los evangélicos hemos aprendido a disfrutar.
En el pasado quedaron los
“porotos con rienda” o “
tallarines con salsa” cuando se invitaba a la mentada “koinonía”. Hoy es un buen asado, ensaladas a discreción, torta de postre y alguna bebida de moda.
No, nunca osaría aguar una fiesta, ni estoy en contra de los placeres sibaríticos, conducir un buen auto, leer una interesante novela, ir al cine o de Mall.
Solo una pregunta me asalta: ¿cuánto es suficiente?
Porque al fin de cuentas el día de “ayuno y oración” pasó a mejor vida.
Las “vigilias de jóvenes” muy a lo lejos.
Ni hablar de repartir folletos en la calle o esos maratónicos seminarios o retiros de 3 días o más.
La iglesia va cambiando con los cambios del país y me queda la duda si vamos por el camino adecuado.